30 de diciembre de 2008

Merendero

Iba a escribir un cuento, pero he decidido pintar un cuadro. Yo no soy pintor. Dibujo muy mal. Mis dibujos parecen los garabatos de un niño. El sol, arriba; la casita con la chimenea echando humo, abajo. Pero aún así, voy a intentarlo. Porque hay sentimientos que como mejor se expresan es a través de un lienzo. La alegría, por ejemplo. Me refiero a la alegría de vivir. No quiero desprestigiar a la literatura pero la realidad es que se ha vuelto muy compleja; te puedes tirar meses escribiendo una historia más o menos divertida, más o menos optimista, para que luego venga el crítico de turno y te descubra que has estado escribiendo sobre lo contrario de lo que querías escribir: “Sobre la superficie de una historia de humor se esconde la tristeza de un hombre abandonado”. Lo dicho, un lío.
Con un cuadro, sin embargo, las reacciones son más primitivas. Sobre todo, si quien juzga es una de esas personas sencillas, que jamás ha entrado en un museo, ni falta que le hace, porque cuando contempla una terraza engalanada de tiestos, conjuntados en colores y formas, se emociona ante tanta belleza junta. Esas personas no divagan, simplemente dicen: “Me gusta este cuadro porque es muy luminoso”. Y se lo compran y lo cuelgan en el sitio donde más se vea, donde más luzca de la casa: en una de las paredes del salón, pegado al retrato familiar. Y yo quiero pintar un cuadro para esta clase de público. Uno de esos cuadros baratos, que gustan a las señoras mayores porque al mirarlos les pasa algo extraño por dentro: como que su sola visión (“cosas de la edad”, piensan) les alegra la mañana y ya se les hace menos pesado quitar el polvo a las lámparas. Un cuadro realista, con su obligada perspectiva, donde hasta el detalle más nimio sea reconocido. Nada de abstracción, que me resultaría molesto que me vengan preguntando si lo que he pintado representa un bodegón, un desnudo femenino o qué. Mi cuadro tiene que ser tan sencillo que lo entienda cualquiera sin necesidad de leer su título. Y lo llenaré de color, mucho color. Nada de blanco y negro, que confiere cierto prestigio al artista pero a la vez da un aire fúnebre a sus creaciones. Y yo lo que pretendo es todo lo contrario: pintar un cuadro alegre. Que haga feliz a todo el mundo. Incluidos los fabricantes de marcos.

Inicio del cuento Merendero.
Publicado en la revista ‘La Prensa del Rioja’

10 de diciembre de 2008

Viniegra

Si Viniegra de Abajo es ensalzado por su elegancia callejera como el segundo Madrid, Viniegra de Arriba podría ser piropeado como el segundo Bilbao. No por el ego acentuado de sus lugareños, que reciben al forastero con una cordialidad de égloga, sino por su recogimiento urbanístico. Este bello pueblo riojano, enclavado en un agujero montañoso, necesita altura para ser paladeado. Hay lugares que se descubren mejor a ras de cielo que de tierra. Si sólo desde el elevado Parque de Echevarría estalla el esplendor anárquico de la capital bilbaína, únicamente desde las alturas del Buen Pastor se comprende el encanto de Viniegra de Arriba. Alguien con fe y piernas colocó esta escultura sacra con una oveja en una escarpada ladera para que velase por las almas del alto valle del Najerilla. Ningún otro sitio tan propicio como una sierra ganadera para plantar esta imagen religiosa, que desde su atalaya vigila para que no se le descarríen sus rebaños, ni los humanos ni los animales.

Fragmento del artículo publicado en la revista Geo sobre el pueblo riojano Viniegra de Arriba.

29 de noviembre de 2008

Eusebio

Eusebio Padilla fue uno de los mejores extras de toda Almería. Uno de los más cotizados. Trabajó con los más grandes, con Clint Eastwood, con Valentino Veracruz, con Charles Bronson… En casi todos los spaghetti western aparecía su figura flacucha estrellándose contra el suelo. Su especialidad eran las caídas desde un caballo o desde la cornisa de un tejado. Le disparaban, caía en seco y fruncía el ceño agonizante. Un primer plano y perfecto. No le hacía falta ni bolsa de tomate ni nada. Un solo gesto suyo valía por mil chorros de sangre. Había otros extras que cabalgaban mejor, había otros extras que eran más espectaculares, pero sólo Eusebio Padilla ponía esas caras tan alucinantes, tan de muerto, tan dolorosas, tan idas. Nadie se moría con tanto sentimiento. Dicen que el propio Sergio Leone en el rodaje de una de sus películas se quedó tan impresionado con una de las caídas de Eusebio Padilla que paró la escena todo asustado para ver si ese hombre no se había matado de verdad.

Inicio del cuento ‘Eusebio Padilla’
Fue incluido en una antología de cuentos de cine.

11 de noviembre de 2008

Ubú

Prefacio para adultos, de amena lectura, que proporcionará útiles conocimientos para ganar concursos culturales en la televisión


Este libro nace por el llanto desconsolado de un niño. Su imagen compungida protagonizó las sátiras de quienes se ríen de los fracasados. El niño se llama Samuel, un cerebrito superdotado, matrícula de honor en catorce de quince asignaturas. Samuel lo sabía casi todo: las moléculas, los números primos, el movimiento de traslación, los antónimos, el Genitivo Sajón… Eran tantos sus conocimientos que todos pensaban que Samuel iba a ganar el premio al niño más listo de su barrio. En un programa cultural de la televisión local, contestó sin titubear a cuarenta y nueve preguntas. Y entonces llegó la pregunta cincuenta, la última, la que separaba el éxito del fracaso. El presentador sacó con solemnidad una tarjeta de un sobre y le preguntó a Samuel: “¿Qué escritor francés escribió ‘Ubú Rey’?”
Después de formulada la pregunta, comenzó a correr el tiempo, treinta fatídicos segundos. Toda la audiencia estaba pendiente de Samuel. El chaval se puso rojo; luego, blanco; luego, amarillo. No sabía la respuesta. Cuando acabó el tiempo, se echó a llorar abochornado. Fue una rabieta descomunal. La cámara, para ganar audiencia, enfocó un primer plano cruel de su rostro desencajado. Y para remarcar su ignorancia, sobreimpreso sobre sus lágrimas apareció un rótulo, parpadeante como un fluorescente de neón, informando de la respuesta correcta: “¡Alfred Jarry!, ¡Alfred Jarry!, ¡Alfred Jarry!”.
Samuel regresó a su casa alicaído. Le llamó Angelines, su profesora de literatura, para consolarle pero se negó a hablar con ella. Al crío no le entraba en su cabeza cómo su maestra no le había explicado en clase quién había sido Alfred Jarry. Le parecía incomprensible que le hubiese enseñado de todo (verbos, adverbios, sufijos, prefijos, preposiciones…) menos lo más importante: la literatura como juego, como burla, como absurdo, como placer, como crítica, como subversión, como ironía, como imaginación, como humor.
Desde entonces, Samuel no ha dejado de llorar. Es un niño triste. Lleva todo el verano encerrado en su habitación sin ganas de aprender nada. Sus padres le dan para leer lecturas tonificantes como ‘El principito’ o ‘La historia interminable’ pero él las rechaza. Desconfía de las enseñanzas de los adultos. Necesita un tratamiento de choque para recuperar la confianza en los libros. Por eso, hemos decidido realizar una versión de ‘Ubú Rey’: para curar a Samuel y a tantos niños como Samuel que no se fían de lo que les enseñan en las escuelas. Ya es hora de que conozcan la obra revolucionaria de Jarry, el precursor de la modernidad literaria. Nadie mejor que ellos entenderán la personalidad arrolladora de Ubú, el personaje más desternillante del pasado siglo; nadie mejor que ellos entenderán los contenidos apasionantes de la patafísica, una ciencia que convierte lo imposible en posible.


Prefacio de ‘Ubú, rey de los mares’
Publicado por Pepitas de Calabaza. Octubre 2008.
Los dibujines del libro son obra de Carmen Hierro.

8 de noviembre de 2008

Malawi

Anoche Yuli soñó otra vez con una pradera amarilla, con unas palmeras alargadas, con unos antílopes veloces, con una choza de madera boabab, con un fuego rojo, con una tartera oxidada, y con una mujer que removía con un palo un caldo humeante. La mujer, de ojos claros, de piel negra, le ofrecía con gesto cariñoso un cazo, hablándole en un idioma extraño, susurrándole unas palabras onomatopéyicas en una lengua desconocida. Pero cuando Yuli iba a probar un sorbo de aquel caldo tan rico, la sirena de un tren la despertó. El expreso de las ocho de la mañana venía con cierto retraso y aullaba sin parar.
- ¡Piii... Piiiiii... Piiiiiiiii!
La residencia donde vivía Yuli estaba a las afueras de la ciudad. Era como una isla rodeada de ruidos. La parte delantera del edificio estaba sitiada por una carretera por la que circulaban cientos de vehículos y la parte trasera limitaba con las vías del tren. Los niños a veces se asomaban por las ventanas para tirarles piedras a los ferrocarriles. “¡Marica el que no llegue!”, gritaban.

Inicio del cuento ‘Tren a Malawi’
Fue primer premio de un certamen de cuentos solidarios.

30 de octubre de 2008

Guerrero

¡Ay, qué buen cristiano fue siempre el Guerrero del Antifaz! ¡Con qué fe desenvainaba la espada y degollaba a los impíos! Batalla tras batalla fue ganándose un nombre entre los caballeros más influyentes de la reconquista española. Quienes le conocían veneraban su prudencia en el trato, su cortesía en el amor, su arrojo en el combate. No vivía castellano viejo, nacido de familia honrada, que no admirase su confianza infinita en el Señor. Esta entrega absoluta a su patria y a su credo llegó a oídos de Fernando el Católico, un santo varón que sólo pensaba en primar la lealtad de sus súbditos. Por eso, propuso en el consejo real de primeros de mes premiarle con la medalla al Buen Vasallo, una condecoración que hasta el momento sólo había recibido el Cid Campeador. El Guerrero del Antifaz, que estaba combatiendo en la frontera, recibió la noticia con estupor. Como era de naturaleza modesta, se emocionó y apenas pudo articular palabra: su vida no había sido demasiado fácil y estos reconocimientos, pensó con alegría, eran los que permitían a cualquiera seguir tirando en la vida.

Fragmento del cuento ‘Buen Cristiano, Buen Vasallo’
Fue primer premio del certamen de cuentos ‘Noble Villa de Portugalete’

20 de octubre de 2008

Ubú

¿Has visto, Mamá Ubú, con qué facilidad le he convencido? ¿Has visto con qué felicidad salta el capitán chacalote de ola en ola en dirección al palacio del rey Barbo? Anda, montémonos en la grupa de estos caballitos de mar y sigámosle. Y mientras surcamos estos territorios inexplorados cantemos nuestra canción favorita, la canción del Ubú feroz.


Canción del Ubú feroz *

Por aquí va, por aquí va, por alibabá,
De ola en ola, de ola en ola, laralalá,
Papá Ubú, Papá Ubú, turututú.

¡Horror! ¡Horror! Es más fiero que el lobo feroz.
¡Horror! ¡Horror! Es más feo que el lobo feroz.

Papa Ubú, Papá Ubú, turututú.
De lata en lata, de lata en lata, taratatá,
Por aquí va, por aquí va, por alibabá.


* Se recomienda para la interpretación de la canción una orquestina sinfónica compuesta por panderetas y flautones.

Fragmento de ‘Ubú, rey de los mares’
Publicado por ‘Pepitas de calabaza’. Octubre 2008

11 de octubre de 2008

Ubú

¡Oh, Mamá Ubú, qué cerebelo más cuántico el mío! Como he intuido con mi sagacidad filosófica, acabo de descubrir al propietario de este caldero y esta escalera. ¡Es una foca minina de bigotes peludos! ¿La ves? Se encuentra ahí, sentada en la orilla, toda meditabunda. Está absorta contemplando cómo sube y cómo baja la marea del mar.
- ¡Miau...!
¡Uy, qué maullido más triste! ¿Qué le sucederá a esta foca minina para que maúlle con tanta tristeza?
- ¡Miau...!
¡Uy, qué maullido más alegre! ¿Qué le sucederá a esta foca minina para que maúlle con tanta alegría? Parlotearé con ella para resolver este misterio.
- Señora foca minina, se puede saber ¿por qué lanza maullidos tristes y maullidos alegres en intervalos temporales consecutivos?
- Miau.
- ¡Ah...! Que cuando sube la marea lanza un maullido de tristeza. Y que cuando baja la marea lanza un maullido de alegría.
¡Ay, Mamá Ubú, qué tonta es esta foca minina! Está angustiada porque cree que la marea le va a comer la isla. Se ve que ignora que las mareas suben y bajan siempre.
- Señora foca minina no se preocupe tanto. El fenómeno de las mareas conlleva un movimiento de subida y bajada permanente. Es una regla universal constante.
- ¡Miau...!
- ¿Que las reglas están para romperse? ¿Y que puede ocurrir que un día la marea suba y suba y suba?... ¡Ja, ja, ja…! ¡Eso es materialmente imposible! ¡El cálculo de probabilidades de que ese percance ocurra es de uno entre un millón!
- ¡Miau...!
- ¿Que con que haya una posibilidad, su angustia será perpetua?
¡Mira que es cabezona esta foca minina! ¡Mira que le cuesta comprender las leyes matemáticas que dominan la naturaleza! Le haré una propuesta sensata para que no sufra tanto.
- Mire, señora foca minina, le aconsejo que coja un bolígrafo y realice un gráfico de subidas y bajadas de la marea. Verá cómo se tranquiliza. Los gráficos tranquilizan mucho.

Fragmento de ‘Ubú, rey de los mares’
Publicado por ‘Pepitas de calabaza’. Octubre 2008

2 de octubre de 2008

Ubú

Bien, pez escribano comienza a escribir y no te equivoques en ni una coma porque como te equivoques te prometo que te colgaré, con el tintero incluido, en la noria del Pellizcapuercos. Anda, escribe un nuevo edicto. Desde ya prohíbo no sólo jugar al ajedrez en mi reino sino también jugar al dominó. Queda claro. ¡Quien juegue al dominó me lo descerebro! Esto ya empieza a ser otra cosa, Mamá Ubú. Ya noto cómo se endereza el reino. No hay nada como mandar. Escribe, pez escribano. Y prohíbo también dar cuerda al reloj. ¡Qué buena prohibición! Hoy estoy inspirado. No voy a parar de promulgar prohibiciones. Venga, venga, escribe pez escribano. Y prohíbo cruzar los pasos de cebra. Y prohíbo que se caigan las hojas de los árboles. Y prohíbo que se lean libros. ¿Has visto, Mamá Ubú? ¡Qué maravilla! ¡Esto de mandar con mano de hierro funciona! Escribe, escribe pez escribano. ¡Cómo me gusta mandar! Y prohíbo que me despierten antes de las tres de la tarde. Y prohíbo que me digan lo que tengo que hacer. Y prohíbo que se pinte el mar de negro. ¡Eso, eso, eso! ¡Que a nadie se le ocurra pintar el mar de negro! A partir de hoy se pintará el mar de azul como todos los mares del mundo para que las ostras germinen perlas violetas y no lloren más. No soporto el llanto de las ostras. Me desgarran el corazón. Y me desgarran el bolsillo. Que estoy arruinado y necesito llenar mi bolsín de pitanzas.

Fragmento de ‘Ubú, rey de los mares’
Publicado por Pepitas de Calabaza. Octubre 2008

26 de septiembre de 2008

Ubú

¡Oh, mieldra! ¡Qué céfiro más vanidoso rechina en mis orejas esta mañana! No hay derecho: con lo que me gusta oírme a mí mismo hablar. Tengo una voz tan engolada de coliflor. ¡Por favor que pare de soplar de una vez este céfiro y que me deje parlotear con las sardinitas en escabeche! ¡Cómo quiero a las sardinitas en escabeche! ¡Qué especie tan inteligente! ¡Y tan comprensiva! Son las únicas que me comprenden en este mar lleno de pececines salopines insensibles. Todas las mañanas, antes de comenzar la jornada, me consuelo parloteando con las sardinitas en escabeche. Les cuento mis penas y ellas me escuchan con suma atención. Cuando termino el relato de mis desgracias, estos animalitos compasivos suspiran. En agradecimiento por sus suspiros, yo les doy de desayunar anchoítas frescas.

Fragmento de ‘Úbú, rey de los mares’
Publicado por la editorial ‘Pepitas de Calabaza’. Octubre 2008

15 de septiembre de 2008

Manual

La enología riojana está sembrada de palabras hermosas e enigmáticas. No se sabe a ciencia cierta de dónde nace su magnetismo, pero son términos extraños que suenan con la fuerza primitiva de la prehistoria. Estas palabras se revelan como huellas de dinosaurios abandonadas en nuestro lenguaje. Aquí, en estos cuentos, vamos a ir rescatándolas, pero sin ceñirnos a las fronteras de la lingüística. Cogiendo de aquí y de allá, zurciendo un retal, parcheando esta costura, arreglando un dobladillo, nos las apañaremos para que en las explicaciones de cada una de las palabras se mezclen la poesía con la filología, la ciencia con la historia, el mito con la religión, la ficción con la realidad. Que todas las palabras juntas formen al final un manual de enología literario, sin pretensiones de academicismo, y, menos aún, de verosimilitud, que, al fin y al cabo, el lenguaje no deja de ser un espejo deformado de la realidad.

Introducción para la serie de cuentos del ‘Manual de enología’, publicados en la revista ‘Piedra de Rayo’.

4 de septiembre de 2008

Uva

Enamorado lo que se dice enamorado, no lo estuvo Baco hasta bien entrado en años. Claro que todo depende de lo que se entienda por amor, ese sentimiento tan hermosamente descrito por los tratados de mitología. Si por amor se entiende, como lo plasma Safo con sensualidad, el ser capaz de cruzar valles ignotos y mares procelosos para fundirse, aunque tan sólo sea por unos breves instantes, en la visión fugaz, casi evanescente, del ser amado, Baco sí que había estado enamorado mucho antes. ¡Y con qué pasión! Pues como bien se sabe, el flechazo que sintió cuando conoció en su mocedad a la sirena Artemisa, la misma que enloqueció a Odiseo con el brillo iridiscente de sus escamas, dio bastante que hablar en la antigüedad.
Sostienen los biógrafos de Baco que el dios imberbe, arrebatado por un loco deseo de placer, debió de recorrerse de punta a punta el Mediterráneo husmeando la gruta de Artemisa y que cuando, ya cansado de rastrear en vano, se percató de que la única posibilidad que le quedaba era introducirse por un pliegue de la costa etrusca hasta alcanzar la tenebrosa laguna Estigia, no se acobardó en su búsqueda. Al contrario, redoblada su voluptuosidad por la cercanía de la sirena, descendió a aquella oscura ciénaga en donde, como recompensa a su valor, halló a Artemisa, acostada sobre un lecho de corales, iluminando con su cola resplandeciente a los barqueros de almas.

Fragmento del cuento ‘Uva’
Publicado en el número 29 de ‘Piedra de Rayo’. Verano 2008.

26 de agosto de 2008

Hoja

Llegado el momento de caer al suelo, una hoja vieja de un castaño tuvo un fogonazo de lucidez. No me pregunten de dónde sacó el arrojo, pero gritó: “¡No me tiro!”. Fue tal el revuelo que se armó entre el resto de hojas, que dejaron de despedirse y decidieron unirse al propósito loco de su hermana. El castaño se temió lo peor: un motín a esas alturas del otoño. Llamó a la representante en el comité de empresa del árbol, elegida en un turbio proceso sindical a principios del verano, para avisarle de que tomaría medidas desagradables en la brotación del próximo año si no zanjaba aquel acto de rebeldía. Esta hoja delegada, viendo que peligraba el pan de sus hijos, convocó una asamblea urgente a última hora de la tarde. Pidió la palabra y le preguntó a la hoja vieja: “¿Por qué no te tiras?”. “Porque no quiero morir”, respondió la aludida con una sinceridad apabullante.

Inicio del cuento ‘La hoja vieja’
Publicado en el número 15 de ‘Piedra de Rayo’

12 de agosto de 2008

Atacuñar

Hace muchos siglos, cuando La Rioja era todavía una tierra estéril y yerma, sin río Ebro ni huertas fértiles, los lugareños intentaron plantar una cepa de tempranillo. Al tratarse de un terreno tan árido, casi desértico, la planta no arraigó y se secó. No les quedó más remedio a aquellos primeros habitantes que enviar una carta urgente certificada al dios Tacuño solicitando su ayuda, quien, a pesar de estar ocupadísimo con un lío de faldas, les hizo el favor de bajar del Olimpo. Siguiendo su práctica habitual de jardinero, pisó suavemente con sus pies alados la tierra alrededor de la cepa, insuflándole la vida necesaria para que el tempranillo por fin brotase. Y desde entonces, como agradecimiento a este generoso gesto, los riojanos bautizaron como tacuñar, o atacuñar en su versión más elaborada, a este pisado de la tierra.

Fragmento del cuento ‘Atacuñar’
Publicado en el número 5 de la revista ‘Piedra de Rayo’

4 de agosto de 2008

Verne

Cuando murió el científico K. mayúscula de cáncer de próstata, el sillón k minúscula de la Academia Francesa de las Ciencias quedó vacante. De los cincuenta currículum que se presentaron para cubrir tan significativa pérdida, el de Julio Verne resultó el más completo y el que más impresionó al tribunal examinador.
Como lo exigía el reglamento, el jurado lo convocó para hacerle una entrevista personal y Julio Verne acudió a la cita con una presencia modélica: perilla afeitada a la última moda, chaleco de primavera y unos anteojos que le conferían un aire entre tímido y despistado, muy seductor según aseguró madame Curie.
Durante hora y media disertó sobre los peligros medioambientales de la civilización tecnológica actual, modulando la voz con cierto tono filosófico. Le salió un discurso redondo: ni demasiado catastrofista ni demasiado optimista. Al jurado le gustó su carácter resolutivo, su seguridad al hablar, su planta enérgica. Sin duda, pensaron que aquel hombre podía significar savia nueva que revitalizase aquella caduca institución.

Comienzo del cuento ‘El currículum de Julio Verne’
Publicado en el número 6 de la revista Fábula.

18 de julio de 2008

Lavrador

Me crié en la calle Labradores número dieciséis cuarto derecha. Las veces que habré escrito la dirección calle Labradores número dieciséis cuarto derecha. En becas, en formularios, en cartas. Mi destino era ser labrador. Cuando uno escribe veinte veces la misma palabra, casi seguro que se convierte en esa palabra. Casi seguro, porque en la vida tengo comprobado que casi nada es seguro. Ni la muerte es segura. He visto en un documental que, si tienes mucha pasta, te pueden congelar hasta que encuentren el gen de la inmortalidad. Pero yo no tengo mucha pasta. Ése ha sido siempre uno de mis mayores problemas: no tener mucha pasta.

Comienzo del cuento ‘Lavrador’
Publicado en el volumen colectivo ‘Logroño en boca de todos’
Libro editado en 2006 por el Ayuntamiento de Logroño

10 de julio de 2008

Barbado

Mi abuelo se llamaba Benan. Con b, de burro. Benan, de Bienaventurado y no de Venancio, como algunos creían. Le llamaron Bienaventurado para que le fuesen las cosas bien en la vida. Y no le fueron ni fu ni fa. Se quejaba de casi todo y de casi todo en general: de la salud, del tiempo, de Fraga (¡cómo farfullaba cada vez que salía Fraga por la tele!). Mi abuelo Benan tenía muy mala leche, un genio canalla. No sabía perder a las cartas. Tres jugadas sin triunfo y ya se encabritaba contra su poca suerte. No era hombre de argumentos sino de hechos. Incapaz de seguir una conversación, se comía a su interlocutor si le llevaba la contraria. Pero todo el mundo le quería. Sobre todo, las moscas. Se desesperaba cuando la abuela Benita (con b, de beso) organizaba una escabechina en verano con su matamoscas. “Ellas también tienen derecho a vivir”, decía. Y como los bueyes mansos aguantaba su asedio sin inmutarse.
Fragmento del cuento Barbado.
Publicado en el número 6 de Piedra de Rayo.

3 de julio de 2008

Corquete

Olvídate, por favor, de la decrepitud de este otoño.
Coge de una vez el corquete
y llena ese cesto de uvas.
El abuelo te está mirando, te está juzgando.
Borra ese temblor de la sangre que empaña tus ojos
con ortografías y silencios
y demuéstrale que ya eres todo un hombre.
Que has heredado un cuerpo de fortalezas y certidumbres,
de gestos concretos,
que tienen límites,
que comienzan ahora y terminan ahora.
Demuéstrale que no te asustan las conversaciones de los escorpiones,
porque tu lenguaje sabe por fin el significado de la mentira.
No tengas miedo a vivir.
Ni sientas lástima por el verano herido.
Piensa que la naturaleza no entiende de justicia.
Que la luz excava las frentes sin pensar en biologías.
Que el viento encela las hojas sin pedir permiso a nadie.
Agarra con fuerza el corquete
y llena de una vez ese cesto de uvas.
De un golpe, échatelo sobre los hombros.
Disimula, no aparentes esfuerzo,
aunque estás cargando remordimientos y culpas de tantas generaciones.
Y olvídate, por favor, olvídate de la hermosura de este atardecer.

Te estás quedando atrás, niño viejo.
¿En qué tierra de nadie te estás perdiendo?
La cuadrilla no te espera, no te espera.
Y al fondo, extrañado,
el abuelo te está mirando, te está juzgando.

Poema publicado en el número 8 de ‘Piedra de Rayo’

24 de junio de 2008

Destirpador

Pero ¿por qué he dicho en mis tiempos? ¿Acaso no son mis tiempos estos tiempos de ahora? Antes yo no me planteaba estas cuestiones। No me planteaba lo que era el tiempo. Simplemente vivía. No me planteaba lo que era la felicidad. Simplemente era feliz. No me planteaba lo que era el aburrimiento. Simplemente me aburría. Antes mi lenguaje era más sencillo, menos elaborado. El mañana era el mañana, pero ahora al mañana le llamo futuro. Y al ayer, pasado. Igual es que me estoy volviendo más sabia. Quiero decir que me noto más comprensiva. Pero me parece que me he hecho más sabia demasiado tarde. Porque también soy más infeliz. O puede ser que la sabiduría lleve consigo un poso de amargura. Ahora, lo noto, no hace falta que me mire en un espejo, soy una azada triste. Más sabia, sí, pero más triste.
Fragmento del cuento Destirpador.
Publicado en el número 9 de Piedra de Rayo.

15 de junio de 2008

Tufera

Esta historia tiene una heroína singular: una talla pequeña del Monasterio de Cañas. ¿Cuánto mide esta escultura humilde? Lo que un llavero, no más. Olvidada está en un rincón de la sacristía adonde no llega el sol. La ilumina un candelabro triste con unas velas de funeral. Dicen que es una imagen mariana; dicen que su mirada fría sobrecoge a quien la mira. En la mano derecha, la de las bendiciones, porta un objeto extraño: un tubo alargado con un capuchón en la copa. ¡Qué cetro más tosco para dama tan delicada! Pero, señores, no hay duda, no es una margarita, es una tufera lo que sostiene esa mano.
La llaman a esta talla santa Tufera. Pero antes de ser santa y de madera, ¿cómo llamaron a esta damisela? Eso no se sabe. Nadie se acuerda de su nombre en Cañas. ¡Ay, los siglos enfangan los recuerdos más que las riadas! Llamémosla pues Silvina, que suena a romance viejo. Por ese nombre, por Silvina, la debió de invocar tantas veces su marido. ¡Silvina, cose las albardas! ¡Silvina, limpia la pocilga! Así, con semejante vozarrón, le gritaba a su mujer aquel hombre rudo. Entonces eran tiempos de hombres rudos. De un solo azadonazo deslomaban los terrones. Grandes cavadores, sin duda, aquellos hombres antiguos. El de Silvina se llamaba Amador, aunque nunca fue, la verdad, un gran amante.
Fragmento del cuento Tufera.
Publicado en el número 28 de Piedra de Rayo. Primavera 2008.

4 de junio de 2008

Pinel

Cuando despegamos, la atmósfera estaba muy tranquila y se distinguía la ciudad de París iluminada como una tarta de cumpleaños. Me dieron ganas de soplar sobre ella y apagar todas esas luces. El globo iba subiendo y yo sentía algo de vértigo, y si miraba a la derecha, sólo veía aire, y si miraba a la izquierda, sólo veía aire. Estaba a punto de amanecer. Claude Monet dibujaba sin parar todo lo que yo le decía; en su gesto no había miedo sino decisión por conseguir de una vez por todas su sueño imposible. No habíamos subido muchos metros cuando nos metimos en una maldita nube que no nos dejó ver nada y nos envolvió por unos minutos, pero menos mal que el globo salió de ella, y seguimos ascendiendo muy rectos, muy rápidos en dirección hacia el sol; sin darnos cuenta fuimos ganando velocidad y en ese momento empezó a amanecer, y el primer rayo de sol se cruzó junto a nosotros y yo, Pío Pinel, el pintor de mayor talento de Mogroñedo, juró que lo vi y que me rodeó y que me dijo: “Aquí estoy, píntame”. Y yo empecé a describir el verde, el azul, el rojo, el marrón, y por cada color que describía parecía que estaba descubriendo e inventando un mundo nuevo, porque cada color andaba a sus anchas con una total felicidad, una felicidad que nunca antes había conocido…
Fragmento de la novela ‘Yo, Pío Pinel’
Relata la vida del jardinero de Claude Monet.
Fue primer premio de la III Edición del Certamen de Novela Corta Ciudad de Monzón.

27 de mayo de 2008

Santiago

¿Por qué leí a Unamuno
cuando tenía que haber leído a Salgari?
¿Por qué me hice viejo tan joven?
No hubo ya incertidumbre
en la caída de las hojas.
No hubo ya misterio
en la fugacidad de los gusanos de seda.
Sólo belleza,
pero ¿qué es la belleza sin el pálpito oscuro de lo indeterminado?
¿qué es el camino sin el guiño cómplice del horizonte?
Sólo polvo y tierra.
Atrás dejo mi sombra. Tan triste, tan desvalida.
Peregrino, haz el favor
y consuélala con tus huellas.
Yo me consuelo con el paisaje,
que es la fe del que no tiene fe.
¿Cómo no creer en esos amaneceres tan humildes del Bierzo?
¿Cómo no pararse a escuchar el canto gregoriano que arrastra el Órbigo?
Lo malo será cuando me pierda entre los bosques de meigas.
¿Quién entonces me ayudará a salir del laberinto de la hojarasca?
¿Será el final o el principio de mi enigma?

Mañana llegaré a Santiago.
Eso dice la guía.
Tendré que entrar por la puerta trasera,
la de servicio,
como un inmigrante pidiendo disculpas por no llevar los papeles ni las oraciones en regla.

Poema ‘Llegando a Santiago’.
Publicado en el número 7 de la revista ‘Piedra de Rayo’.

23 de mayo de 2008

Escardar

¿Y si fuese todo al revés de como nos enseñaron? ¿Si el lenguaje, en su afán por nacer, se hubiese adelantado, como un parto prematuro, al resto de seres, de cosas, y existiese mucho antes, o por lo menos, un pelín antes, que el mundo? ¿Si Dios, o quien fuese, lo primero que hubiese creado no fuese la tierra ni el cielo sino la palabra tierra y la palabra cielo? ¿Y si luego de dar forma con la paciencia de un monje copista, línea a línea, a los miles de idiomas del planeta, hubiese dicho: “Hágase la realidad”, pero no a su imagen y semejanza sino a imagen y semejanza de esas innumerables lenguas? Entonces, el mundo, el áspero mundo, el gracioso mundo, el triste mundo, sólo existiría en la medida en que existen las palabras, en la medida en que éstas influyen en él। Cada vocablo todopoderoso ordenaría lo que debe nacer y lo que no debe nacer. Y no habría sandías si no existiese la palabra sandía y no habría espacio si no existiese la palabra espacio y no habría odio si no existiese la palabra odio. Así de fácil. Las palabras viajarían en el tiempo en vagones de primera, sabedoras de su importancia. Un artículo, por muy indeterminado que fuese, tendría su club de admiradores. Y no te digo un adjetivo calificativo o todo un señor adverbio de modo. Casi nada. Serían admirados por sabios; respetados por viejos. No pasaría la vulgaridad que pasa en nuestros días. Que cualquier neologismo modernillo, del montón, sin currículum, se cuelga un piercing en la punta del lexema y se gana el favor del público. No. Lo siento. Términos recién paridos, como informática o globalización, tendrían que apuntarse a la lista de paro de la Academia de la Lengua y aguardar unas cuantas décadas más para conseguir su primer curro. Por decreto ley se impondría entre los hablantes la obligación de no fiarse de una palabra que no acumulase unos seis, siete siglos de existencia, más o menos.
Fragmento del cuento ‘Escardar’
Publicado en el número 10 de Piedra de Rayo.

16 de mayo de 2008

Filoxera

Que vengo, señor practicante, por recomendación de don Manso de Calatrava, que como usted ya sabrá por las murmuraciones de manso no tiene nada, pues vaya mala leche que gasta el cascarrabias, ni los toros bravos bufan como él bufa cuando bufa, pero de Calatrava lo que presume el canalla, ni que fuera vizconde, siempre anda con la murga de su linaje por aquí, su linaje por allá, que deben de ir lo menos siete generaciones de Calatravas asentando sus posaderas en este poblacho de Cenicero, que líbreme el Santísimo de proferir ni una sola lamentación contra esta villa que me acoge, y si miento que me caiga ahora mismo del cielo un rayo y me abra en canal como un cerdo, pero, señor mío, no seamos ciegos, y ya me dirá usted qué de noble encuentra en esta aldea tan desangelada, cuatro callejuelas cubiertas de fango, cuatro perros pulgosos, cuatro jornaleros hambrientos, que a mí me da que el primer Calatrava fue un tipo corriente como yo, más pobre que las ratas, pero seguro que el segundo Calatrava, lo que pasa en la puñetera vida, se creyó más que los demás y se compró un escudo con flores de lis para presumir de escudo, y el tercero, un traje con levita para presumir de traje, y el cuarto, un caballo con enjaezados para presumir de caballo, y el quinto Calatrava, cansado de tantas ínfulas y tan poco comer, se hizo con una viña, y el sexto, con otra viña más grande, y el séptimo no le digo ya, que ha cogido carrerilla y ha comprado las fincas de media jurisdicción, venga plantar y plantar, arriba del monte, abajo del monte, a un lado del camino, al otro lado del camino, que como él no agarra el herrón y menos aún se agacha para hincar la planta, no sabe lo que son unas manos callosas ni una espalda deslomada…
Comienzo del cuento Filoxera.
Publicado en el número 12 de Piedra de Rayo.

12 de mayo de 2008

Garnacha

Que me parece que estamos confundiendo los términos, que no me extraña que mi hija se haya encariñado por el negro ése y no por ninguno de ellos, que hay que darles de comer aparte de lo raros que son, porque el negro del que tanto se mofan es negro como el carbón de una carbonera, sí, pero no se ha de morir de hambre, porque los tiene bien puestos, que yo le he visto con qué cojones levanta el herrón, y con qué ternura besa, y eso es lo que busca una mujer, tan sólo eso, que la quieran y no que la traten como ganado, son verdades que no haría falta ni decirlas, pero aquí, en esta pocilga atestada de analfabetos hay que recordar hasta lo más elemental, hay que recordar que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a perdonar, que él fue quien dijo, dejad que los niños se acerquen a mí, y por eso es de mal nacidos el burlarse de un bebé, que mi nieta de la que tanto se burlan es negra, sí, negra como la garnacha, pero se llama como su abuela, María, nombre de virgen, y lleva mis apellidos, Guzmán Azcárate, a mucha honra, que pienso cuidarla con uñas y dientes, que cuando mi hija me insiste, me obliga casi a que la tome en mi regazo, me empieza a temblar todo, es como si retuviese un gorrión entre las manos, un gorrión que me pide clemencia para no ser desplumado, y yo acaricio al gorrión para que me coja confianza, no tengas miedo, no tengas miedo, gorrioncito, no te voy a desplumar, le susurro, y María me sonríe, y entonces, no sé, no sé lo que me pasa, algo se me cruje aquí dentro, siento que se me esfuma esta mala leche, porque es mi angelito negro, mi angelito negro.
Fragmento del cuento Garnacha.
Publicado en el número 13 de Piedra de Rayo.

8 de mayo de 2008

Herrón

Porque no se creyese la promesa o porque le pillase con la moral baja, a Gonzalo de Berceo le entró de pronto esa pesadumbre, no exenta de rencor, propia de comerciantes exhaustos de tender camisas sobre el mostrador sin provecho alguno, y comentó con verdadera inquina.
- ¡Ay, en esta tierra que me ha tocado en mala suerte nacer es tan difícil vivir de la literatura! ¡Fíjese a mis años y todavía dando vueltas como un novato para sacar unas perrillas!
- La vida es muy perra para todos - masculló el labriego sin ningún asomo de compasión.
La reflexión tenía su miga. Y el afamado poeta andaba con hambre.
- No sé, no sé, quizá usted lleve razón, pero, amigo mío, le aseguro que nosotros, los escritores, nos llevamos la peor parte de los sinsabores. En La Rioja, no exagero, escribir es como darse golpes contra la pared... ¡Somos tan brutos...! No lo entiendo. Porque mire nuestros vecinos vascos. ¡Dios, cómo cuidan a sus clásicos!, ¡con qué respeto los miman!, ¡no, como nosotros!, ¡pueblo de iletrados!
El vate había abierto la espita de su desahogo y ya no había quien le parase. Aún se explayó varios minutos más en pormenorizar desdichas laborales humillantes para un currículum tan ilustre como el suyo. Según relató Gonzalo de Berceo con un tono encendido, a duras penas había conseguido contratar un par de charlas este verano en un curso universitario sobre literatura medieval que se iba a celebrar en un monasterio cisterciense en León. ¡Sí, en León! En La Rioja, por más que había insistido en bibliotecas y salas de cultura, no había contratado ni un bolo. “¡Se ve que están aburridos de la letanía del vaso de bon vino y reclaman savia nueva!”, aulló con un mohín de desprecio. Julián Mendozilla asintió por asentir, ya que hacía rato que no escuchaba lo que le decía aquel pesado de hombre. Sólo pensaba que si no cortaba la charla, iba a perder toda la mañana sin pegar ni golpe.
Fragmento del cuento Herrón.
Publicado en el número 14 de Piedra de Rayo.

29 de abril de 2008

Injertar

Si uno se dirige al campo y contempla con ojos de pintor prerrafaelita estas cepas soñadoras, puede llegar a reconocer los países con los que sueñan. Porque, de tanto imaginar utopías nocturnas, sus troncos adoptan unas formas reconocibles para cualquier viajero acostumbrado a cruzar fronteras. Y el de una Turruntés, a poco que uno se fije, tiene un aire, en sus proporciones desgarbadas, de gaita escocesa, o el de una Maturana se asemeja, por esa manera peculiar de desplegarse y contraerse, a un bandoneón argentino, y el de una Monastel, tras observar su estrechez en la base y su desmesurada curva en la copa, se podría confundir con un trombón zíngaro. Y al probar sus racimos, comprueba que saben distintos a otros racimos. No tienen el típico sabor tradicional a jota. Desprenden la melancolía de un tango susurrado al oído, la alegría flamenca de una boda gitana, la paciencia escéptica de un haiku. Y si algún enólogo atrevido los remostase y elaborase vinos varietales con esta clase de uvas, no te digo ya. Esas palabras que se utilizan en las catas al probar los Rioja (retrogusto a frambuesa y no sé que otras sutilezas) se quedarían cortas. Estos vinos experimentales serían un bombazo explosivo de matices. Si al beberlos nos concentrásemos como los sumilleres, evocaríamos sensaciones más mestizas que en uno de esos conciertos hippies. Nos vendrían al paladar la euforia de una taberna irlandesa en la hora feliz de la jarra de cerveza gratis y el combate de boxeadores por la tele. Y la nostalgia infinita de un puerto bonaerense al atardecer, cuando parten al Caribe los iluminados transatlánticos de lujo. Y la sensualidad de un mercado persa, repleto de puestos de dátiles, de cobras hipnotizadas y de danzadoras del vientre.
Fragmento del cuento Injertar.
Publicado en el número 15 de Piedra de Rayo.

23 de abril de 2008

Jota

Escóndete, renacuajo, escóndete, como si estuvieses jugando al escondite, aunque esto no es ningún juego, esto es la puñetera vida, que viene con toda su maldad, y te empuja, y te arrastra, escóndete, mocoso, hazme caso, escóndete hasta que llegue el autobús, en cualquier lugar de la plaza, donde sea, ahí mismo, en el soportal del estanco, o allí, debajo del quiosco, me da igual, pero desaparece ahora mismo de la parada, esfúmate como uno de tus superhéroes favoritos, venga, ¿qué pasa?, ¿que ya no tienes poderes mágicos para hacerte invisible?, pues entonces ponte detrás de ese abrevadero, no es un mal sitio, ese muro te protege del viento, te resguarda de los cotillas, quédate quieto, como una perdiz cagadita de miedo, aprende de ellas, ¡qué listas son!, son cobardes cuando tienen que ser cobardes, nadie les echa migajas de pan, se buscan el sustento entre los rastrojos, espabilan, espabila tú también, tontolaba, y no te muevas, no te levantes, que al autobús ya lo oirás berrear, paaaa, paaaa, no ves que si te asomas te va a junar el Miguelón, el tabernero...
Fragmento del cuento Jota
Publicado en el número 16 de Piedra de Rayo

15 de abril de 2008

Kilo

Aquí yazgo yo, Cholen II, en este vestuario mal ventilado, que apesta a orines, no sé si de hombres o de bestias, un olor fétido, nauseabundo, que no tiene ventana por donde escaparse, que no encuentra una rendija por la que huir al cielo abierto para camuflarse entre los almendros en flor, aquí yazgo yo, en este cubil oscuro, bajo una tenue luz de fluorescente, que cuelga en el techo sin ganas, como cuelgan los ahorcados, aunque, no nos pongamos cursis, que quizá esta penumbra sea menos cuestión de literatura y más de falta de fluido eléctrico, que no llega el suministro con fuerza porque la empresa organizadora de este tinglado no paga los recibos, no paga los sueldos, no paga nada, que en la vida, al final, todo se resuelve con dinero y no con metáforas.
Fragmento del cuento kilo
Publicado en el número 17 de Piedra de Rayo

10 de abril de 2008

Lagar

Pascual, que tienes que viajar un poco, mueve el culo, tío, que te dé un poco el aire, oxigénate, y deja el Marca por unas horas, ya está bien del uno equis dos, ya está bien de tanto fútbol, lee alguna cosa seria, lee algo con fundamento, documéntate, infórmate, Pascual, que no viene mal para ligar el informarse, hazme caso, estrújate el coco de vez en cuando.
Fragmento del cuento lagar.
Publicado en el número 18 de la revista Piedra de Rayo

2 de abril de 2008

Olivo

Yo no he leído nunca poesía. Ni tampoco he ido de vacaciones a la costa. Y no me hablen de cine, de teatro o de televisión porque no entiendo. Nunca he visto el mar ni he viajado en barco y mucho menos en autobús. No conozco ninguna gran ciudad, ningún gran rascacielos, ninguna gran autopista. Mi vida ha sido estar aquí, quieto, inmóvil, hincado en la tierra. "¿Una vida monótona?", me preguntarán ustedes. Pues sí y no. Reconozco que a veces uno se aburre de ver siempre lo mismo, los mismos cielos, las mismas perdices, los mismos conejos, los mismos montes, los mismos pinos, las mismas piedras. No es que haya tenido mucha suerte del sitio en que me ha tocado vivir, no es para tirar cohetes ni para pegar saltos de alegría el haber nacido en este terruño en cuesta, empinado como una maldición, con una pendiente tan pediente que, en cuanto caen cuatro gotas, los riachuelos cogen tal velocidad que casi me arrastran al fondo del barranco.
Comienzo del cuento ‘Monólogo del olivo viejo’ incluido en el libro ‘Monólogo del olivo viejo y otros cuentos’ publicado en el año 2002 gracias a una beca de creación artística del Gobierno de La Rioja.

27 de marzo de 2008

Homero

A veces pienso si Homero tuvo un perro Lazarillo que le guiase por la oscuridad.
¿De qué raza sería?
¿Un perro perdiguero de caza que oliese a leguas el rastro de los conejos
y brincase animoso detrás de las perdices?
¿O fue un galgo corredor que le condujese entre las huestes de Esparta
para que ninguna flecha mercenaria atravesase su maltrecho corazón?
¿O quizá fue un cariñoso caniche con el que se sentaba en un arrecife
a escuchar el arrullo de las olas del mar Egeo
y buscar así inspiración para sus versos?
A veces imagino a Homero sentado en su escritorio,
un escritorio de madera de roble comprado a mitad de precio a un buhonero de Corinto,
mojando su pluma en el tintero
(¿escribiría Homero con pluma de ganso o preferiría la tersura del pavo real?)
y también veo a su perro,
un caniche o un galgo o un perdiguero,
impaciente, inquieto,
levantando las patas delanteras para que su dueño por fin le sacase a pasear.
Y al final estoy seguro de que Homero,
después de estar todo el día dándole a la cabeza,
ligando rimas y componiendo estrofas
sobre un pergamino o sobre una tablilla de arcilla,
dejaría el hexámetro a medio terminar
y se asomaría por la ventana que daba a la plaza,
la misma plaza en que siglos después ajusticiarían a Sócrates,
hincharía los pulmones de aire fresco
y pensaría que el atardecer huele a nardos, a naranjas, a confidencias, a silogismos,
a fábulas, a mentiras, a conversaciones.
Y Homero saldría al ágora,
recién adoquinada con baldosas de mármol,
y apoyándose en la empuñadura de su cayado
y agarrándose a la atadura de su perro
cruzaría con paso firme los soportales ojivales
y daría una vuelta entre los puestos de perlas de los pescadores de Damasco
y entre los puestos de limones de los campesinos de Atenas
y entre los puestos de canarios enjaulados de los cazadores de Tebas
y entre los puestos de facsímiles de los libreros de Alejandría.
Y quizá compraría un puñado de maíces o una bolsa de pipas muy saladas
para degustarlas en silencio o para compartirlas con los desconocidos,
y después de un paseo se detendría en aquel rincón de la plaza,
al lado del parterre de geranios y de la fuente que manaba vino dulce,
donde siempre se juntaban los amigos del aire, de la soledad, de la tristeza,
los amigos de los unicornios imposibles, de las jirafas de compañía, de los elefantes hormigueros,
y entre la bruma nocturna Homero se sentaría en un banco,
junto a la cortesana que sacaba todas las tardes a su perro ovejero
y le hacía carantoñas con la misma intensidad que a uno de esos amantes infieles,
junto al soldado mercenario que tenía un perro rottweiler
al que castigaba sin una chocolatina si no atrapaba un palo que le lanzaba al aire,
junto al anciano senador que paseaba su San Bernardo con elegancia
recogiéndole a cada paso las caquitas en una bolsa de papel,
y junto al sacerdote del oráculo de Delfos
quien siempre aparecía acompañado de un extraño perro grifonte con cabeza de sapo y alargadas patas de gacela,
y entre todos hablarían con complicidad de cosas sin importancia,
de cosas de perros,
cuánto salta,
qué come,
cómo se llama,
mientras los perros juguetearían de aquí para allá,
persiguiéndose, amándose,
y a veces, por qué no, peleándose,
y el senador y la cortesana y el mercenario y el sacerdote correrían a separarlos
y les reñirían como si fuesen sus hijos,
enseñándoles a comportarse en los lugares públicos,
y al escuchar unos reproches tan cariñosos Homero se sonreiría
y sentiría por unos segundos la armonía de las estaciones,
la sencillez de la vida,
la hondura de lo baladí,
la tranquilidad de lo natural,
la felicidad de lo cotidiano,
y cuando anocheciera y todos regresaran a sus casas,
le silbaría tres silbidos a su perro lazarillo,
un caniche o un galgo o un perdiguero,
y le gritaría:
"¡Ulises, venga, vamos, que ya es tarde!"
y Ulises vendría obediente para guiar a su amo
hacia los abismos de la verdad y de la poesía.
Accesit en el I Certamen de Poesía Ateneo Riojano.

22 de marzo de 2008

Lloro

Considerado por los escribas que, décadas después, escribirían su biografía sin saltarse ni una de sus fechorías, el más feroz de los miembros de la sanguinaria dinastía kachí, cruel hasta el extremo de ordenar matar, aún siendo un púber menor de edad, a sus dos hermanos, Ju y Ja, y a sus dos hermanas, Li y La, sin que en ninguna de las cuatro sentencias mortales le temblase su aflautada voz de castrato, esa voz tan ridícula que, en todas las cantinas del imperio, sirvió de pretexto para un sinfín de chanzas con las que sus atemorizados vasallos se vengaron de su insaciable maldad, el emperador Ulikanga, de constitución casi anoréxica, se acomodó, momentos antes del amanecer, en el trono de madera de haya, que le habían regalado nada más llegar a tierras riojanas como presente por su magnificencia al hospedarse en una vulgar taberna, y, arrebujado sobre cojines de piel de garza real, abismó la mirada, como le habían aconsejado, sobre aquel mar de viñas, que se extendía hasta la orilla del río Ebro.
Inicio del cuento ‘Lloro’.
Publicado en el número 19 de la revista ´Piedra de Rayo´.

17 de marzo de 2008

Malvasía

Tengo oído que si pruebas un racimo de malvasía en año bisiesto puedes llegar a comprender cosas inexplicables: desde el croar de una rana enamorada a la composición geométrica de un hormiguero. Y no sólo entiendes pormenores de la naturaleza más o menos misteriosos sino también canalladas de la historia como cuando guillotinaron a un rey de sonrisa bobalicona o como cuando quemaron en la hoguera a un hereje más devoto que San Francisco de Asís. Casi nada se resiste a su influjo. Hasta la cara más oscura del mal resulta comprensible al engullir esta uva de piel blanca como una almohada. Su benevolencia sólo se detiene en casos de crueldad imperdonable. Es así que la malvasía te permite llegar a comprender las bellaquerías más deplorables de nuestros antecesores menos los campos de exterminio nazis. A tanto no llega su bondad.
Fragmento del cuento Malvasía.
Publicado en el número 20 de Piedra de Rayo.

13 de marzo de 2008

Burros

Siempre que veo un burro, pienso en Pinocho. Podría acordarme de Juan Ramón y su Platero tan mullido o de Sancho Panza y su jamelgo tan noble, pero lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo del muñeco narigudo. ¡Pobre Pinocho, castigado a cuatro patas por sus ansias de libertad! ¡Pobre Pinocho, metamorfoseado su lenguaje en rebuznos por escaparse al reino donde los niños se columpian hasta el amanecer! Siempre que veo un burro, o una foto de un burro, porque ya apenas quedan burros, me entra una especie de arrebato, una sensación nada romántica, no crean, sino más bien vulgar, una alucinación propia de un oficinista cansado de su monótono destino. No puedo evitar este fugaz instante de locura. Siento que los orejones en punta de los burros invitan a las confidencias como las caracolas encienden la nostalgia marina o las antenas parabólicas despiertan pasiones futboleras.
Fragmento del cuento ‘No todos los burros son Pinocho’
Publicado en el número 21 de la revista Piedra de Rayo

11 de marzo de 2008

Nieto

Llevaba razón, abuelo. Yo pensaba que me iban a comer las hormigas y me comieron los adjetivos. Ahora, ya viejo, ya cansado, estoy más lleno de palabras que de hechos. Mis pulmones son palabras; mi sangre son palabras. Palabras secas, palabras muertas.
Fragmento del cuento Nieto.
Publicado en el número 21 de Piedra de Rayo

8 de marzo de 2008

Sulfatadora

Menos mal que Dios se dio prisa e hizo el mundo en seis días y el séptimo descansó, si se lo hubiese tomado con calma y si como parece lógico, teniendo en cuenta que eran los albores de la humanidad y estaba todo patas arriba, le hubiese costado por lo menos un mesecito de duro trabajo, los cristianos habríamos maldecido nuestra mala suerte, no hay quien aguante treinta días seguidos sin una fiesta, sin un domingo, sin un respiro, y sino que se lo pregunten al pobre Filo Azcárate, que de tanto trabajar se encontraba reventado, hecho polvo, acabado, con los huesos tronzados, la espalda torcida, la reuma, la artrosis y el corazón que le desfallecía, que no le subía la sangre, que no le bajaba, que le faltaba el aire...
Comienzo del cuento ‘La sulfatadora’
Publicado en la revista Fábula en el número dedicado a ‘Antología de Narrativa en La Rioja’

6 de marzo de 2008

Ñaco

"¡Maldito campo!", mascullan las cepas tempranillo para sus adentros, porque llevan aquí, en la viña, clavadas desde siempre, desde que el mundo es mundo, cada una en su agujero, cumpliendo la jornada laboral a rajatabla, sin un domingo, sin un respiro, disimulando su cansancio, tragándose su amargura, como debe ser y no como esa cepa boliviana, tan poquita cosa y tan quejica, que menuda cara tiene la espabilada, no hace más que escaquearse de la fila pero su apetito no mengua, venga zamparse el abono de todas sin pegar clavo y total ¿para qué?, para sacar unos racimos raquíticos, unos racimos subdesarrollados que ni valen para zurracapote, lo que tendría que hacer la cepa boliviana, se dicen las cepas tempranillo, es coger su patera de nuevo y largarse a su bosque tropical, que aquí se necesitan cepas que tengan huevos y no señoritingas.
Fragmento del cuento Ñaco.
Publicado en el número 22 de Piedra de Rayo.

5 de marzo de 2008

Mantra

La mañana en que la mariposa Mantra llegó volando que te vuela a la Sierra de Cameros con su hatillo de libros de filosofía y religión, se armó un revuelo de mil demonios en el valle.
Los animales del bosque empezaron a dar vueltas de aquí para allá buscándole un lugar donde dormir. Los lobos hablaron con los zorros, los zorros molestaron a los conejos y los conejos despertaron a las perdices. Pero ninguno de ellos quiso darle alojamiento ya que eran demasiado desconfiados como para dejarles sus madrigueras de buenas a primeras a una perfecta desconocida. Y ni siquiera el oso, que vivía en una cueva espaciosa con muchas habitaciones libres, aceptó acoger a la mariposa ni una sola noche, aduciendo que se encontraba profundamente dormido en pleno letargo invernal.
Comienzo del cuento ‘Mantra, la mariposa peregrina’.
2º premio VI edición del Certamen de Cuentos Infantiles ‘Villa de Azagra’.

2 de marzo de 2008

Oliveña

No recuerdo cuándo se introdujo en mi vida este humilde cuadro: si lo rescaté en actitud samaritana de la quincalla de un mercadillo o si me lo regalaron como un gesto de amor ya marchito. Suele ocurrir que las presencias imprescindibles, las que de verdad nos marcan lo que somos o lo que dejamos de ser, se difuminan en la trastienda brumosa de la cotidianidad.
Fragmento del cuento Oliveña.
Publicado en el número 23 de la revista Piedra de Rayo.

1 de marzo de 2008

Quintos

Ante esta revelación, que en seguida se tomó como lo que era, como Algo profundo y no como Algo baladí, todos los presentes en el bar, los quintos y los no quintos, los que estaban sentados y los que no estaban sentados, los que jugaban la partida y los que no jugaban la partida, carraspearon a la vez como un coro de tragedia griega. El coro murmuró tres Verdades, las tres irrefutables. Primera Verdad: que Gervasio era el peor podador del pueblo. Segunda Verdad: que se habían burlado de Gervasio por ser el peor podador del pueblo. Y tercera Verdad: que aquellas burlas maldita la gracia que le habían hecho nunca a Gervasio.
Fragmento del cuento Quintos.
Publicado en el número 25 de Piedra de Rayo.

29 de febrero de 2008

Felisa

La tía Felisa lo tiene casi todo en la vida: una silla plegable donde sentarse; una mesa de tablerillo martilleada a conciencia donde apoyarse; una estufita de butano que le calienta los riñones en diciembre; y una sombrilla playera que le resguarda de los chuzos de sol que cuelgan en agosto del cielo.
Fragmento del cuento La tía Felisa.
Primer Premio XIX Edición Narración Breve De Buena Fuente

Regañón

La llegada de Jacinto Solano a la viña era una auténtica fanfarria de carnaval. Desde varias leguas a la redonda se le oía acercarse montado en aquel cachivache destartalado, que se mantenía en pie de puro milagro. Parecía un coche de bodas, de boda pobre, se entiende, arrastrando su escandalosa ristra de latas en el parachoques.
Fragmento del cuento regañón (un viento riojano).
Publicado en Piedra de Rayo número 26.

27 de febrero de 2008

Sarmiento

Todos los siervos, los de gleba y los de no gleba, los de cazo y los de no cazo, andaban pendientes del cielo, pero no de los colores del cielo sino de los sonidos del cielo. ¡Vaya revoltijo de campanas, pizpiretas y alicortas, risueñas y meditabundas, que retumbaban allá arriba y que trastabillaban aún más el vuelo sincopado de las golondrinas! Tanto clamor no se recordaba ni cuando se produjo el desposorio del conde con la condesa y mira que se montó jolgorio aquel día en Nájera, que la corte echó la casa por la ventana trayendo bufones, saltimbanquis y hasta un elefante indio...
Fragmento del cuento Sarmiento.
Publicado en Piedra de Rayo número 27

26 de febrero de 2008

Novela

Siempre quise ser un monje amanuense, un oficio difícil para el que creí tener desde niño ciertas aptitudes. Tenía sobre todo esa paciencia infinita tan necesaria para dominar el arte de la pluma sobre el pergamino de forma que no se tuerzan los renglones ni se emborronen las letras. No fui un niño nervioso, ni de muchos juegos ni de muchos saltos, sino de estar quieto en cualquier rincón observando sin prisa el primer espectáculo que me regalase la naturaleza. Era de buen conformar: lo mismo me atraían los animales invertebrados que los vertebrados, lo mismo meditaba sobre el laborioso bullir de las hormigas que sobre el enigmático vuelo de las avutardas.
Comienzo de la novela ‘El códice más hermoso: Vida de Fray Bernardo de la Verdad, monje vinatero del Camino de Santiago contada por un amanuense’
Publicada por Rioja Calidad en noviembre de 2007.

Paisaje

A veces (pocas pero algún caso le había ocurrido) el cartógrafo no encontraba rastros en ninguna lengua de sus mapas a contracorriente. Aun así, no renegaba nunca de sus dibujos. Lo había percibido así y nadie iba a hacerle cambiar sus trazos. Se encontraba ya en una fase superior de seguridad científica, casi religiosa. Nada le estaba vedado. Incluso se atrevió con un tabú de su tierra: el vino. Su afirmación más controvertida, la que había suscitado el estupor hasta de los neófitos, era aquella que decía que La Rioja era una tierra de naranjos. ¡No hay viñas, sólo naranjos!, exclamó. Donde el común divisaba cepas, el cartógrafo veía naranjos, hileras de naranjos por todas partes, por las riberas y por las calles, por los barrancos y por las azoteas, naranjos de todas las clases y de todos los tamaños, podados y sin podar, a punto de florecer o ya marchitos...
Fragmento del cuento Paisaje.
Publicado en el número 24 de Piedra de Rayo.
Una de las ilustraciones que hizo Chema Lema para este cuento ha sido seleccionada por la Feria Internacional de Libro Ilustrado de Bolonia 2008.