6 de julio de 2010

Zurracapote

El empollón de Mateo, a quien tanto fascinaban los misterios de la naturaleza, había recabado en los últimos meses dos extrañas informaciones. La primera la había leído en el libro de clase y era bastante fiable. Decía así: hay planetas que flotan livianos como burbujas. La segunda se la había chivado el pinta de Luisito, su compañero de pupitre, y era menos segura. Lo que le había asegurado aquel golfillo mantenía lo siguiente: si emborrachas a una rana con zurracapote lanza unas burbujas tan grandes como planetas. Eran dos frases, sin duda, deslumbrantes, dos espigas iluminando el erial de la escuela, y, como el científico en potencia que era, el cerebrito del muchacho no había parado de pensar en ellas, barajando alguna manera de relacionarlas, intentando hallar la fórmula que emparentase las burbujas de las ranas con las burbujas de los planetas.
No le resultó nada fácil encontrar la conexión. Tuvo que esperar a buscar en el diccionario el significado de la palabra silogismo para que aquel enigma se aclarase. Entonces, como un avezado filósofo, hiló un razonamiento preciso, en el que todas las piezas encajasen. Se dijo: premisa mayor, todos los planetas son burbujas; premisa menor, todas las ranas lanzan burbujas; conclusión, todas las burbujas de las ranas son planetas. Aquel increíble descubrimiento, el que el origen del cosmos dependiese de unos animales tan insignificantes como los batracios, le dejó a Mateo boquiabierto. Se apoderó de él una emoción muy grande, cargada de responsabilidad incluso, como la que le embargaba cuando asistía al milagro de la metamorfosis de los amorfos gusanos de seda en gráciles mariposas.

Inicio del cuento Zurracapote.
Publicado en el número 34 de Piedra de Rayo.