11 de octubre de 2009

Xilófono

Y a los ciento dos años y pico, el célebre luthier maese Golondrina, artífice del xilófono arnedano, aquel extraño instrumento cuyo ampuloso sonido revolucionó la música barroca, decidió jubilarse. El día anterior a esta decisión, él, que tan agudamente discernía los latidos de la naturaleza, había escuchado crujir el nogal de su jardín y lo interpretó como un augurio de su cercano final. Así que congregó en su almacén a un enjambre de oficiales y aprendices, por escrupuloso orden alfabético para que no saltasen suspicacias entre ellos, y después de escudriñarlos uno a uno, a los más pillos y a los más honrados, a los más holgazanes y a los más laboriosos, eligió al infante Vencejo, el que andaba sin pisar el suelo, para que le acompañase a su austero despacho. Y en aquella espartana habitación, junto a una chimenea crepitante, susurrándole al oído, esto fue lo que le dijo maese Golondrina a su querido discípulo:
“Escucha bien lo que te voy a decir, infante Vencejo, porque no te lo repetiré dos veces. Ahora mismo podría crujir el nogal del jardín y yo me caería muerto de un soponcio sobre este azulejo dejando el taller sin sucesor. Ya conoces la fama de nuestro negocio. No hace falta que te diga que hasta esta humilde morada se han acercado carruajes de hombres ilustres, pues seguro que recordarás la capa aterciopelada de maese Bocanegra, el fabricante de instrumentos más exquisitos del reino, tendida a mis pies como una alfombra real.

Inicio del cuento Xilófono.
Publicado en el número 32 de Piedra de Rayo. Octubre de 2009.

1 comentario:

TO+ dijo...

Ganas tengo de leer el cuento completo. Promete. ¡Un saludo Lánder desde Burgos!