4 de septiembre de 2008

Uva

Enamorado lo que se dice enamorado, no lo estuvo Baco hasta bien entrado en años. Claro que todo depende de lo que se entienda por amor, ese sentimiento tan hermosamente descrito por los tratados de mitología. Si por amor se entiende, como lo plasma Safo con sensualidad, el ser capaz de cruzar valles ignotos y mares procelosos para fundirse, aunque tan sólo sea por unos breves instantes, en la visión fugaz, casi evanescente, del ser amado, Baco sí que había estado enamorado mucho antes. ¡Y con qué pasión! Pues como bien se sabe, el flechazo que sintió cuando conoció en su mocedad a la sirena Artemisa, la misma que enloqueció a Odiseo con el brillo iridiscente de sus escamas, dio bastante que hablar en la antigüedad.
Sostienen los biógrafos de Baco que el dios imberbe, arrebatado por un loco deseo de placer, debió de recorrerse de punta a punta el Mediterráneo husmeando la gruta de Artemisa y que cuando, ya cansado de rastrear en vano, se percató de que la única posibilidad que le quedaba era introducirse por un pliegue de la costa etrusca hasta alcanzar la tenebrosa laguna Estigia, no se acobardó en su búsqueda. Al contrario, redoblada su voluptuosidad por la cercanía de la sirena, descendió a aquella oscura ciénaga en donde, como recompensa a su valor, halló a Artemisa, acostada sobre un lecho de corales, iluminando con su cola resplandeciente a los barqueros de almas.

Fragmento del cuento ‘Uva’
Publicado en el número 29 de ‘Piedra de Rayo’. Verano 2008.

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