5 de febrero de 2009

Vendimia

Aunque resulte dudoso que Nietzsche, debido al clásico dolor de riñones que suelen sufrir los filósofos, hubiese vendimiado alguna vez en su vida, su conocido antagonismo estético entre lo apolíneo y lo dionisiaco parece entresacado de la contemplación de una cuadrilla riojana vendimiando. Claro que me refiero a las cuadrillas de antaño, aquellas cuadrillas familiares, ya desaparecidas, donde el trabajo cobraba un valor amistoso, no cuantificado por el dinero sino por la propina de una barca de ricos moscateles.
En aquellas cuadrillas tan heterogéneas latía una tensión soterrada entre lo apolíneo y lo dionisiaco, plasmada en dos perfiles de individuos de procedencias opuestas. El apolíneo lo encarnaba un pariente lejano, una víctima de los vaivenes de las emigraciones, que se presentaba a vendimiar un fin de semana pertrechado de la actitud exótica del viajero inglés decimonónico. Por su parte, la figura del dionisiaco representaba la quintaesencia del hombre sedentario: era el dueño de la viña, un aldeano leñoso, desconfiado, huidizo, a quien para desempeñar ese papel se le exigía un sentido de la propiedad capaz de trazar lindes invisibles entre cepas aledañas y un olfato de gorrión dotado para intuir tormentas en cielos claros.


Inicio del cuento Vendimia
Publicado en el número 30 de Piedra de Rayo. Invierno 2009

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