4 de marzo de 2009

Porrón

La cultura del vino agoniza por culpa de un hartazgo de arquitectura cortesana que invita más al bostezo seudointelectual que al puro goce carnal. Adormece los sentidos tanto refinamiento de titanio imponiendo su mantelería de lujo a un paisaje austero argamasado desde tiempos remotos con materiales humildes. Tierra de chozos y de fogatas, aún prenden en el recuerdo las gavillas de sarmientos gozadoras de secretos epicúreos inconfesables. Quienes quieran saber algo más que sofismas de diseño deberían quitar los precintos a esos calados en cuyo interior se desatasca la lengua filosofal gracias al trasiego de caudalosos ríos de clarete. Si Gehry ha violentado, a fuerza de amorfas curvas, la sabiduría horizontal de las viñas, Armani ha prestado su elegancia postmoderna para adulterar la funcionalidad de la artesanía del vidrio. Las copas estilizadas como modelos desesperan a los narigudos y a los filólogos. En las refinadas escuelas de sumilleres, antes que florituras verbales, habría que recuperar la olvidada plástica del porrón. No en vano, sus formas seductoras adelantaron a la Coca Cola el eterno femenino que esconde todo recipiente de bebida alcohólica. Tras el pellejo hinchado de una bota palpita un turgente vientre de mujer. ¡Con qué lascivia lo agarran los santos bebedores! El borboteo del vino en el pretil de sus paladares repica tan melodioso como las fuentes de la Alhambra…

Fragmento de un artículo publicado en prensa.

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