17 de marzo de 2009

Aji

Dicen que Miguel de Cervantes, después del fracaso editorial de la Galatea, se retiró al monasterio de Cluny, en plena sierra de la Demanda para reflexionar sobre su futuro. Tres días y tres noches debió de estar en el convento paseando su sombra lánguida y triste alrededor de la fuente de mármol del jardín. En su breve estancia no comió ningún alimento, no bebió nada, no durmió y ni siquiera una tormenta de granizo pudo impedir que cesase de dar vueltas y más vueltas en un mutismo absoluto. Se cree que sólo rompió el silencio unos segundos para levantar la cabeza contra el cielo encapotado y gritar con todas sus fuerzas el nombre de Aji-Ubá, nombre extraño para los que desconocían el pasado del escritor pero muy familiar entre sus amigos más cercanos. Aji-Ubá, descendiente de una sanguinaria saga turca, había sido el cabecilla de las huestes infieles en la batalla de Lepanto en la que Cervantes había ganado un cargamento de honra pero había perdido un brazo.


Comienzo del cuento Aji-Ubá.
Obtuvo un accésit en el IV Concurso de Narrativa Gobierno de La Rioja.

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