12 de marzo de 2010

Catapán

¡Qué suerte más esquiva la del capitán Gaona! Mira que nacer en el siglo catorce, un siglo belicoso como pocos, donde no estaban bien vistos los insumisos. Lejos aún quedaba Kant y aún más lejos Boris Vian. Por aquella época el que mandaba era el tomismo que, aunque rima con pacifismo, no se parecen en nada. Entonces todo era muy rígido y las espadas, aunque quisieran ser piruletas, no podían dejar de ser espadas ni los cañones, aunque quisieran ser chupa chuses, podían dejar de ser cañones. Cada cual tenía que atenerse a su papel: y los bajos iban detrás de los altos, y los altos iban detrás de los muy altos, y los muy altos iban detrás de los reyes. Así era el escalafón, que era, y es, una palabra rimbombante, que nadie se podía, ni se puede, saltar.
Bueno, casi nadie. Pues ahí estaba el capitán Gaona, saltándose el escalafón y todas las palabras que terminasen en on, que siempre en toda regla debe haber una excepción para que la regla, claro, sea regla y no compás. Pues realmente aquel hombre hacía lo que le daba la real gana, sin respetar los códigos manuscritos, que para eso se escriben, clamaban los eruditos, para que se respeten de la pe a la pa. Pero el capitán Gaona no respetaba ni la pe ni la pa. Eso de tomarse las cosas al pie de la letra le parecía una lata. Entre el significante y el significado, elegía siempre el camino del medio. Ahora que ya sabemos lingüística, diríamos que era un heterodoxo de libro. Y ¡qué heterodoxo más ortodoxo!, ¡todo un coloso de cintura para arriba! De cintura para abajo, ya era otra cosa, más melindrosa. Pero qué sería el cuerpo sin el cerebro, aseguraba el capitán Gaona. Y eso que él no sabía ni pío de neuronas. Lo dicho, un adelantado a su tiempo, un modelo de libertad, un dechado de magnanimidad. Que por cierto es una palabra que viene del latín y que en cualquier texto hace tilín.


Inicio del libro ‘Catapán Gaona’. Publicado por la Tienda de la Solidaridad en colaboración con Piedra de Rayo.

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