26 de marzo de 2010

Yema

Detrás de la cortina, el comandante jubilado Leonardo Artesanil, bizco del ojo derecho, sin lesiones en el ojo izquierdo, esperaba su entrada a escena alterado como una vaquilla. En la obra, más de dos horas de tediosa función, apenas tenía una frase, la típica frase servicial de mayordomo, “Señorita, las yemas del rosal se han secado”, pero aún así, a pesar de tan escaso papel, había optado por aguardar su turno junto al escenario, sin moverse ni un segundo ni para ir al baño, como si le estuviese esperando el recitado de un triunfal monólogo.
Ya le faltaba poco para su aparición y sus pulmones habían comenzado a expandirse, pues olfateaban, como un cazador olisquea la pieza, el instante del lucimiento. La compañía de la residencia llevaba representados dos actos y él salía justo al inicio del tercero. Empujado por esa inquietud entresacó la cabeza entre los pliegues acartonados de la tela para asegurarse de que llegaba su momento. Todo parecía que iba según lo ensayado. Sobre la tarima, sentados en un ancho sofá victoriano, se hallaban la señora Alicia Sotomayor, viuda de carnicero, y el señor Ricardo Ormazábal, ferretero solterón, representando los papeles protagonistas. Encarnaban a una melancólica pareja rusa (ella a Nikrasova, una terrateniente arruinada, y él a Lermotov, un poeta idealista) y su actuación se desarrollaba, como había previsto el comandante, con poca gracia. A la viuda le costaba horrores recordar el texto mientras que al ferretero le temblaba la mano cada vez que se acercaba a cortejar a la dama.

Inicio del cuento Yema.
Publicado en el número 33 de la revista Piedra de Rayo.

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