10 de julio de 2008

Barbado

Mi abuelo se llamaba Benan. Con b, de burro. Benan, de Bienaventurado y no de Venancio, como algunos creían. Le llamaron Bienaventurado para que le fuesen las cosas bien en la vida. Y no le fueron ni fu ni fa. Se quejaba de casi todo y de casi todo en general: de la salud, del tiempo, de Fraga (¡cómo farfullaba cada vez que salía Fraga por la tele!). Mi abuelo Benan tenía muy mala leche, un genio canalla. No sabía perder a las cartas. Tres jugadas sin triunfo y ya se encabritaba contra su poca suerte. No era hombre de argumentos sino de hechos. Incapaz de seguir una conversación, se comía a su interlocutor si le llevaba la contraria. Pero todo el mundo le quería. Sobre todo, las moscas. Se desesperaba cuando la abuela Benita (con b, de beso) organizaba una escabechina en verano con su matamoscas. “Ellas también tienen derecho a vivir”, decía. Y como los bueyes mansos aguantaba su asedio sin inmutarse.
Fragmento del cuento Barbado.
Publicado en el número 6 de Piedra de Rayo.

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