12 de agosto de 2008

Atacuñar

Hace muchos siglos, cuando La Rioja era todavía una tierra estéril y yerma, sin río Ebro ni huertas fértiles, los lugareños intentaron plantar una cepa de tempranillo. Al tratarse de un terreno tan árido, casi desértico, la planta no arraigó y se secó. No les quedó más remedio a aquellos primeros habitantes que enviar una carta urgente certificada al dios Tacuño solicitando su ayuda, quien, a pesar de estar ocupadísimo con un lío de faldas, les hizo el favor de bajar del Olimpo. Siguiendo su práctica habitual de jardinero, pisó suavemente con sus pies alados la tierra alrededor de la cepa, insuflándole la vida necesaria para que el tempranillo por fin brotase. Y desde entonces, como agradecimiento a este generoso gesto, los riojanos bautizaron como tacuñar, o atacuñar en su versión más elaborada, a este pisado de la tierra.

Fragmento del cuento ‘Atacuñar’
Publicado en el número 5 de la revista ‘Piedra de Rayo’

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