23 de mayo de 2008

Escardar

¿Y si fuese todo al revés de como nos enseñaron? ¿Si el lenguaje, en su afán por nacer, se hubiese adelantado, como un parto prematuro, al resto de seres, de cosas, y existiese mucho antes, o por lo menos, un pelín antes, que el mundo? ¿Si Dios, o quien fuese, lo primero que hubiese creado no fuese la tierra ni el cielo sino la palabra tierra y la palabra cielo? ¿Y si luego de dar forma con la paciencia de un monje copista, línea a línea, a los miles de idiomas del planeta, hubiese dicho: “Hágase la realidad”, pero no a su imagen y semejanza sino a imagen y semejanza de esas innumerables lenguas? Entonces, el mundo, el áspero mundo, el gracioso mundo, el triste mundo, sólo existiría en la medida en que existen las palabras, en la medida en que éstas influyen en él। Cada vocablo todopoderoso ordenaría lo que debe nacer y lo que no debe nacer. Y no habría sandías si no existiese la palabra sandía y no habría espacio si no existiese la palabra espacio y no habría odio si no existiese la palabra odio. Así de fácil. Las palabras viajarían en el tiempo en vagones de primera, sabedoras de su importancia. Un artículo, por muy indeterminado que fuese, tendría su club de admiradores. Y no te digo un adjetivo calificativo o todo un señor adverbio de modo. Casi nada. Serían admirados por sabios; respetados por viejos. No pasaría la vulgaridad que pasa en nuestros días. Que cualquier neologismo modernillo, del montón, sin currículum, se cuelga un piercing en la punta del lexema y se gana el favor del público. No. Lo siento. Términos recién paridos, como informática o globalización, tendrían que apuntarse a la lista de paro de la Academia de la Lengua y aguardar unas cuantas décadas más para conseguir su primer curro. Por decreto ley se impondría entre los hablantes la obligación de no fiarse de una palabra que no acumulase unos seis, siete siglos de existencia, más o menos.
Fragmento del cuento ‘Escardar’
Publicado en el número 10 de Piedra de Rayo.

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