27 de mayo de 2008

Santiago

¿Por qué leí a Unamuno
cuando tenía que haber leído a Salgari?
¿Por qué me hice viejo tan joven?
No hubo ya incertidumbre
en la caída de las hojas.
No hubo ya misterio
en la fugacidad de los gusanos de seda.
Sólo belleza,
pero ¿qué es la belleza sin el pálpito oscuro de lo indeterminado?
¿qué es el camino sin el guiño cómplice del horizonte?
Sólo polvo y tierra.
Atrás dejo mi sombra. Tan triste, tan desvalida.
Peregrino, haz el favor
y consuélala con tus huellas.
Yo me consuelo con el paisaje,
que es la fe del que no tiene fe.
¿Cómo no creer en esos amaneceres tan humildes del Bierzo?
¿Cómo no pararse a escuchar el canto gregoriano que arrastra el Órbigo?
Lo malo será cuando me pierda entre los bosques de meigas.
¿Quién entonces me ayudará a salir del laberinto de la hojarasca?
¿Será el final o el principio de mi enigma?

Mañana llegaré a Santiago.
Eso dice la guía.
Tendré que entrar por la puerta trasera,
la de servicio,
como un inmigrante pidiendo disculpas por no llevar los papeles ni las oraciones en regla.

Poema ‘Llegando a Santiago’.
Publicado en el número 7 de la revista ‘Piedra de Rayo’.

No hay comentarios: