22 de marzo de 2008

Lloro

Considerado por los escribas que, décadas después, escribirían su biografía sin saltarse ni una de sus fechorías, el más feroz de los miembros de la sanguinaria dinastía kachí, cruel hasta el extremo de ordenar matar, aún siendo un púber menor de edad, a sus dos hermanos, Ju y Ja, y a sus dos hermanas, Li y La, sin que en ninguna de las cuatro sentencias mortales le temblase su aflautada voz de castrato, esa voz tan ridícula que, en todas las cantinas del imperio, sirvió de pretexto para un sinfín de chanzas con las que sus atemorizados vasallos se vengaron de su insaciable maldad, el emperador Ulikanga, de constitución casi anoréxica, se acomodó, momentos antes del amanecer, en el trono de madera de haya, que le habían regalado nada más llegar a tierras riojanas como presente por su magnificencia al hospedarse en una vulgar taberna, y, arrebujado sobre cojines de piel de garza real, abismó la mirada, como le habían aconsejado, sobre aquel mar de viñas, que se extendía hasta la orilla del río Ebro.
Inicio del cuento ‘Lloro’.
Publicado en el número 19 de la revista ´Piedra de Rayo´.

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