No recuerdo cuándo se introdujo en mi vida este humilde cuadro: si lo rescaté en actitud samaritana de la quincalla de un mercadillo o si me lo regalaron como un gesto de amor ya marchito. Suele ocurrir que las presencias imprescindibles, las que de verdad nos marcan lo que somos o lo que dejamos de ser, se difuminan en la trastienda brumosa de la cotidianidad.
Fragmento del cuento Oliveña.
Publicado en el número 23 de la revista Piedra de Rayo.
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